lunes, 14 de febrero de 2011

Superiores y subordinados

  1. Los Superiores, al dirigir a sus subordinados, traten de ser -más que superiores- padre, hermanos, amigos: favorezcan con sencillez el amor confidencial propio de las familias patriarcales: llamen a sus dependientes cariñosamente, por su nombre; sólo en casos raros y necesarios hagan valer la autoridad, para que no sufra daño la caridad.
  2. Nuestro sistema es éste: los que presiden asuman corazón de padre, más aún, de madre; y estén listos a muchos sacrificios.
  3. A todos los cohermanos, de cualquier edad y oficio, les sea permitido exponer, de viva voz o por escrito, su modo de pensar; porque suele el Señor manifestar su voluntad en forma más clara por la boca de los sencillos y humildes; y también se consolida esa familiaridad que debe unir y fusionar la mente y el corazón de todos los miembros del Instituto.
  4. Es un arte muy importante el de saber empujar y guiar a los demás -por los medios del amor- a sacrificarse por la Obra: en esto consiste a menudo el secreto de un buen gobierno de la comunidad religiosa. A tal fin es necesario que los Superiores se hagan bien querer en el Señor y que ellos sean los primeros en dar ejemplo de abnegación y suave virtud.
  5. La prudencia es la máxima dote de quien tiene el difícil mandato de la dirección.
  6. Los subordinados piensen que servir a Dios es reinar, que es mejor obedecer que mandar. La perfección y la santidad consiste en amar a Dios y al prójimo; la caridad fraterna es siempre prenda de felicidad temporal y eterna.
  7. Los superiores intermedios deben vivir con gran humildad y desconfiar de sí mismos. Pidan al Señor que los libre de las tentaciones de los jóvenes, a saber: de la precipitación, la liviandad, la presunción, el egoísmo. Consideren una gracia insigne el poder brindar su tiempo al servicio de Dios y del prójimo. Acaren las directivas de sus superiores con sumisión, sabiendo interpretar su espíritu; déjense llevar, en sus relaciones con ellos, más por el amor y la confianza que por el temor.
  8. Un padre que ama y sufre puede -a veces- largar un buen bofetón a su hijo caprichoso; igualmente el Superior, si ama y sufre, puede y debe, a veces, dar ejemplo de severidad, sin olvidar nunca la misericordia, aún cuando suba la cólera. El castigo debe mejorar al individuo, jamás empeorarlo; el ejemplo de rigor debe infundir un sentimiento no tanto de temor y miedo, cuanto de amor dolorido y piedad filial.
  9. El personal íntimamente apegado a la Pequeña Casa mora en ella con plena confianza, brindando su obra caritativa no ya con temor, sino con cariño.
  10. El que tiene poder de mando piense que puede ser el consuelo o una prueba de tormento para los subordinados: gran desventura sería destrozar un corazón, en lugar de envolverlo en un halo de bondad.
  11. La superioridad radica toda en la sola virtud y en el mérito.
  12. Una vez que se haya corregido o castigado una falta, no se la recuerde más; los superiores más bien traten al que faltó con mayor cariño; pidan al Señor que les done una tierna caridad para con todos en general, y más en particular, para con sus cohermanos.

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