- Los Superiores, al dirigir a sus subordinados, traten de ser -más que superiores- padre, hermanos, amigos: favorezcan con sencillez el amor confidencial propio de las familias patriarcales: llamen a sus dependientes cariñosamente, por su nombre; sólo en casos raros y necesarios hagan valer la autoridad, para que no sufra daño la caridad.
- Nuestro sistema es éste: los que presiden asuman corazón de padre, más aún, de madre; y estén listos a muchos sacrificios.
- A todos los cohermanos, de cualquier edad y oficio, les sea permitido exponer, de viva voz o por escrito, su modo de pensar; porque suele el Señor manifestar su voluntad en forma más clara por la boca de los sencillos y humildes; y también se consolida esa familiaridad que debe unir y fusionar la mente y el corazón de todos los miembros del Instituto.
- Es un arte muy importante el de saber empujar y guiar a los demás -por los medios del amor- a sacrificarse por la Obra: en esto consiste a menudo el secreto de un buen gobierno de la comunidad religiosa. A tal fin es necesario que los Superiores se hagan bien querer en el Señor y que ellos sean los primeros en dar ejemplo de abnegación y suave virtud.
- La prudencia es la máxima dote de quien tiene el difícil mandato de la dirección.
- Los subordinados piensen que servir a Dios es reinar, que es mejor obedecer que mandar. La perfección y la santidad consiste en amar a Dios y al prójimo; la caridad fraterna es siempre prenda de felicidad temporal y eterna.
- Los superiores intermedios deben vivir con gran humildad y desconfiar de sí mismos. Pidan al Señor que los libre de las tentaciones de los jóvenes, a saber: de la precipitación, la liviandad, la presunción, el egoísmo. Consideren una gracia insigne el poder brindar su tiempo al servicio de Dios y del prójimo. Acaren las directivas de sus superiores con sumisión, sabiendo interpretar su espíritu; déjense llevar, en sus relaciones con ellos, más por el amor y la confianza que por el temor.
- Un padre que ama y sufre puede -a veces- largar un buen bofetón a su hijo caprichoso; igualmente el Superior, si ama y sufre, puede y debe, a veces, dar ejemplo de severidad, sin olvidar nunca la misericordia, aún cuando suba la cólera. El castigo debe mejorar al individuo, jamás empeorarlo; el ejemplo de rigor debe infundir un sentimiento no tanto de temor y miedo, cuanto de amor dolorido y piedad filial.
- El personal íntimamente apegado a la Pequeña Casa mora en ella con plena confianza, brindando su obra caritativa no ya con temor, sino con cariño.
- El que tiene poder de mando piense que puede ser el consuelo o una prueba de tormento para los subordinados: gran desventura sería destrozar un corazón, en lugar de envolverlo en un halo de bondad.
- La superioridad radica toda en la sola virtud y en el mérito.
- Una vez que se haya corregido o castigado una falta, no se la recuerde más; los superiores más bien traten al que faltó con mayor cariño; pidan al Señor que les done una tierna caridad para con todos en general, y más en particular, para con sus cohermanos.
Aquí encontrarás la recopilación de máximas y avisos del Beato Luis Guanella que constan en el libro "Luces para un camino".
lunes, 14 de febrero de 2011
Superiores y subordinados
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